jueves, 29 de octubre de 2009

Que haya ricos, ¿no es un derecho de los pobres?

Santiago Alba Rico
La Calle del Medio.

En alguna ocasión he escrito que en el mundo sólo existen tres clases de bienes: universales, generales y colectivos.

Los bienes universales son aquellos de los que nos basta que haya un ejemplar o un ejemplo para que nos sintamos universalmente tranquilos. Son las cosas que están ahí, y que no hace falta coger con la mano o poseer de manera individual: haysol y hay luna, hay estrellas, hay mar, hay un Machupichu y un Everest, hay un Taj Mahal y una Capilla Sixtina, un Che Guevara y un San Francisco, hay García Lorca y José Martí y García Márquez y Silvio Rodríguez y Cintio Vitier.

Los bienes generales son aquéllos, en cambio, que es necesario generalizar para que la humanidad esté completa. No basta con que haya pan en el palacio del príncipe o que haya una casa en el jardín del conde; esas son las cosas que deben estar aquí, que todos debemos coger con la mano o disfrutar personalmente: tenemos comida, vivienda, agua, medicinas y si no las tenemos es porque algo no marcha bien en este mundo. No es una injusticia que haya un único sol en el cielo o un único Guernica de Picasso, pero sí que no haya suficiente pan para todos.

Por fin, los bienes colectivos son aquéllos de cuyas ventajas debemos disfrutar todos por igual, pero que no se pueden generalizar sin poner en peligro la existencia de los bienes generales y de los bienes universales. Son aquellos bienes, en definitiva, que es necesario compartir. Están, por ejemplo, los medios de producción, que no se pueden privatizar sin que ello deje sin bienes generales (pan, vivienda, salud) a millones de seres humanos. Y están también algunos objetos de consumo, cuya generalización pondría en peligro el bien universal por excelencia, fuente y garantía de todos los otros bienes: la Tierra misma. Todos debemos tener pan y vivienda, pero si todos tuviéramos -por ejemplo- coche, la supervivencia de la especie sería imposible. El motor de explosión, por tanto, no es un bien general, del que cada uno de nosotros pueda tener un ejemplar, sino un bien colectivo cuyo uso habrá que compartir y racionalizar.

A lo largo de la historia, distintas clases sociales se han apropiado los bienes generales y los bienes colectivos, y en esto el capitalismo no se distingue de sociedades anteriores. Más inquietante es lo que el capitalismo ha hecho, o está en proceso de hacer, con los bienes universales. No me refiero sólo a la colonización del espacio, la privatización de las ondas, las semillas y los colores o la desaparición de especies, montañas y selvas. Me refiero, sobre todo, a la desvalorización mental que han sufrido los “universales” bajo la corrosión antropológica del mercado. Lo normal es complacerse en la visión de las estrellas; lo normal es complacerse contemplando el suave balanceo de la nieve; lo normal es complacerse con la lectura del Canto General de Neruda.
¿O no? En 1895, Cecil Rhodes, imperialista inglés, empresario y fundador de la compañía De Beers (dueña del 60% de los diamantes del mundo), contemplaba enrabietado los astros desde su ventana, “tan claros y tan distantes”, tan lejos de ese apetito imperial que “quería y no podía anexionárselos”. A más pequeña escala, un presentador de la televisión española lamentaba en 2005 que no hubiese que pagar por contemplar la nieve que cubría los campos y ciudades de España, tan blanca y tan hermosa, degradada en su prestigio por el hecho de ofrecerse indiscriminadamente a la mirada de todos por igual. Y a más pequeña escala aún, conocí un poeta que no podía leer los versos de Neruda sin enfurecerse: “¡Tendría que haberlos escrito yo!”. Es cosa de niños querer la Luna y de madres corruptoras prometérsela. El capitalismo es un destructivo infantilismo. Aisla el rasgo pueril de un niño maleducado y lo generaliza, lo normaliza, lo recompensa socialmente. Lo que está ahí, lo que no podemos coger con las manos, lo que es por eso mismo de todos, nos empobrece, nos entristece y no vale nada.

¿Qué queda de los bienes universales? Quedan los ricos. Los ricos son de todos. Lo que más nos gusta del capitalismo no es que produzca coches y aviones y hoteles y máquinas: es que produce ricos. Las orgías babilónicas de Berlusconi, las pensiones millonarias de los banqueros españoles en medio de la crisis, el lujo hortera de los políticos corruptos de Valencia y de Madrid, no son manchas o pecados del capitalismo: son pura publicidad. La lista de los hombres más ricos del mundo elaborada por la revista Forbes no es más que bárbara ostentación propagandística que genera mucha más adhesión al sistema que el desigual acceso a mercancías baratas y banales. ¿Tiene algo de extraño que las mujeres latinoamericanas, preguntadas por su “marido ideal”, se lo imaginen estadounidense, rubio, de ojos claros, altísimo, cirujano o empresario y, por supuesto, millonario? ¿O que en la nueva China el padre con el que sueñan las madres jóvenes sea Bill Gates? ¿O que en la lista de los diez personajes más admirados por los machos estadounidenses no haya un solo escritor o científico, casi todos sean ejecutivos o propietarios de empresas y todos inmensamente ricos? ¿O que la revista de más tirada de España -con casi 700.000 ejemplares- sea el Hola ? ¿O que los más famosos culebrones y telenovelas de la TV, seguidos por millones de espectadores, consistan en tratados de antropología de las clases altas (sus hábitos, sus problemas, sus placeres)?

Si los pobres no pueden compartir la riqueza, pueden al menos compartir sus ricos. Si no pueden consumir riqueza, pueden consumir vidas de ricos. Bill Gates, Carlos Slim, Warren Buffet, Amancio Ortega son la Luna y el Machupichu y la Capilla Sixtina y el Taj Mahal del capitalismo. Son el Sol y la Nieve y el Canto General del mercado globalizado. Puede que sean los responsables de que el mundo se venga abajo, pero son también los artífices de este milagro: el de que estemos muy contentos y todo nos parezca bien mientras nos desplomamos.

¿Quién quiere igualdad? La desigualdad, ¿no es un derecho de los pobres? Que haya millonarios, ¿no es un derecho de los mileuristas y los parados? ¿No debemos defender, armas en mano, nuestro derecho a que otros sean ricos? ¿No debemos agradecerles sus despilfarros? ¿No debemos al menos votar por ellos?

Ese es el modelo que tratan de imponer EEUU y Europa al resto del mundo. No el derecho a que haya estrellas y Machupichu y cataratas de Iguazú y 9ª Sinfonía de Beethoven sino a que haya ricos; no el derecho a pan y casa y zapatos sino a saber quiénes son y cómo viven los millonarios.
¿Revolución? El Pan y la Luna.

(A sabiendas de que “pan”, en el diccionario socialista, quiere decir también leche y ropa y casa y hospitales y transportes públicos; y “luna” quiere decir también mar y música y verdades y soberanía política).

Tomado de Rebelión.

viernes, 23 de octubre de 2009

Apología del compañero


Antonio Rodríguez Salvador
La Calle del Medio/Rebelión.

De tan solo colocar la palabra compañero en el título de este artículo, cierto lector dirá: “Ya este escritor viene con el tema de la política”. Y por qué, si la palabra compañero —que aparece cuarenta y tres veces en el Quijote, y setenta y siete en la Biblia— proviene de una lengua tan antigua como el latín, donde la unión de cum y panis significa comer solidariamente del mismo pan.

Pero es que ya son dos las palabras sospechosas: compañero y solidaridad, con cierto retintín argumentaría el mismo lector; y, sin embargo, no es culpa mía de que estas fueran las dos primeras acciones que distanciaron al hombre de los animales. Quizá hoy no podamos determinar con qué gruñido Neandertal se decía la palabra compañero; pero sí que el sentido de ese término —compartir el alimento— no solo expresaba la intención de no comerse al semejante, sino también el valor de la cooperación generosa.

Porque hemos visto cómo los cerdos comen del mismo cajón; y los leones de la misma gacela muerta, pero nunca ningún cerdo, o león, corre a llevarle una porción de comida al enfermo, ni tampoco cede la mejor posta al más débil. Hasta de las perras —cuya maternidad es proverbial— se conoce que llegan a devorar a sus propios cachorros recién nacidos.

El ritual de la mesa, tal como lo conocemos hoy, es de invención espartana. Fue el legislador Licurgo quien dispuso que todos debían sentarse alrededor de una mesa para compartir el pan, una medida que de inmediato contó con la aprobación de muchos; salvo de algunos ricos, que cegados por la ira llegaron al extremo de saltarle un ojo a Licurgo. Desde entonces la palabra señor se opone a la palabra compañero. Señor es el dueño del pan, y en todo caso lo vende, no lo comparte.

Naturalmente, los espartanos no usaban la palabra cum-panis para nombrar sus banquetes, sino fidicia: lo cual viene a significar “oficina de amistad y concordia”, lo mismo que hoy la palabra compañero. Fidicia en realidad tenía raíz en la palabra “filia”; es decir, afición o amor a algo; pero, según cuenta el historiador Plutarco, ellos ponían la “d” en lugar de “l” porque acostumbraban a la moderación y al ahorro.

También de la palabra compañero deriva compañones; es decir, testículos. Los testículos comparten el pan —en muchos países la palabra pan también define al órgano sexual de la mujer; en Cuba usamos la que nombra al panecillo redondo.

Asimismo, estos comparten la “filia” —el amor—; mientras la tradición también les asigna el cometido de acompañarse en la valentía. Por eso testículo es sinónimo de testigo, y de esta última surge la palabra testimonio. Ya vimos que los señores espartanos sacaran un ojo a Licurgo con tal de no compartir su pan, pero la palabra testimonio significa brindar desde ojos fieles el pan de la verdad. Apuntemos que testigo, en griego, se dice mártir (martyr), y eso es porque se necesita mucha valentía para ser fiel, para ser siempre veraz.

Y de “filia” igualmente proviene fidelidad; una palabra cuyas dos primeras acepciones son, según el DRAE: 1) Que guarda fe, o es constante en sus afectos, en el cumplimiento de sus obligaciones y no defrauda la confianza depositada en él; y 2) Exacto, conforme a la verdad.

También cuenta Plutarco, que la costumbre de compartir la mesa la tomaron los espartanos de los cretenses. En Creta, a los banquetes no se les llamaba fidicia, sino andria; o sea, hombre. Esto nos hace volver al Neandertal: se empieza a ser Hombre cuando se comparte solidariamente con el semejante, y quizá por eso la palabra griega con que se define la raza es “filon” —otro derivado de “filia”— lo cual en latín terminó siendo filius: hijo. Esta derivación es muy lógica, en tanto solemos ser mártires en la defensa de nuestros hijos. Ellos son el testimonio de nuestro amor y de nuestra raza; también son nuestro cum-panis.
  
Por eso a veces me pregunto por qué a  Jesucristo le dicen  Señor, y no Compañero. El antónimo de compañerismo, es individualismo; el ególatra enceguece, saca ojos si tiene que sacarlos; pero Jesucristo —ya sea el Dios, o el histórico: según el credo de cada cual— simboliza iluminación y el que da vista a los ciegos. ¿Y acaso no enseñó a compartir el pan?, ¿y dijo que primero pasaría un camello por el hueco de una aguja, antes que un rico al Reino de los Cielos? Y quién, si no, fue mártir por brindar testimonio de la fe. Y se llamó a sí mismo Hijo del Hombre.

Tomado de Rebelión.

viernes, 16 de octubre de 2009

Una farsa dirigida y orquestada desde la más absoluta irresponsabilidad.


Editorial Gara. 

La Policía española detenía ayer por la tarde, una vez más, a destacados dirigentes y militantes independentistas de este país: Arnaldo Otegi, Rufi Etxeberria, Rafa Díez, Arkaitz Rodríguez, Sonia Jacinto, Miren Zabaleta, Mañel Serra, Txelui Moreno y Amaia Esnal. Una vez más, un Gobierno español irresponsable y absolutamente falto de miras ordena detener a dirigentes políticos a quienes únicamente podría acusar de una cosa: trabajar políticamente para tratar de solucionar el conflicto. Una vez más, José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba han contado con la inestimable colaboración de varios medios y periodistas que en sus últimas entregas dominicales se han dedicado poco menos que a anunciar una operación de este tipo. En estos últimos meses, el Estado, con todos los medios a su alcance, ha tratado de poner en primer plano una serie de farsas y mentiras, destinadas, según se puede comprobar ahora, a construir una pista de aterrizaje para una operación de este calado. Rubalcaba, es obvio, ha llevado la voz cantante en esa estrategia, y medios como «El País» han reforzado esa gran farsa que, en resumen, buscaba extender y asentar en la opinión pública española -y probablemente en la europea que mira con interés y preocupación hacia Euskal Herria- la idea de que «ETA ha tomado el control absoluto sobre la izquierda abertzale» y que «ha perdido la confianza en sus dirigentes y les ha cortado la iniciativa política que tenían prevista impulsar para este otoño», tal y como el medio mencionado escribía el pasado domingo. Poco importa que el mensaje dictado por Madrid esté plagado de desinformación y que, en el fondo e incluso en la forma, se contradiga a sí mismo. Otro ejemplo de ello podía observarse ayer mismo en la redacción de la noticia por parte de varios medios y agencias españolas, cuando apuntaban que los detenidos «habían mantenido reuniones en los últimos meses en relación a la propuesta política anunciada por Otegi y que la izquierda abertzale pretendía usar para volver a las instituciones presuntamente por medio de un distanciamiento de la violencia explícito». El lector notará, sin duda, que en el mismo párrafo incluyen los términos «propuesta política» e incluso «distanciamiento de la violencia explícito», lo cual daría pie a cualquier observador europeo a llevarse las manos a la cabeza -como así sucede, en realidad- al confirmar que en el Estado español se sigue deteniendo a políticos por hablar, según afirmaban ayer las citadas agencias y medios españoles, de tales cuestiones. 

Contradicciones flagrantes
Es obvio que la ausencia de razón nunca ha detenido al Estado español, y que éste ha contado siempre con buenos adláteres también en Euskal Herria para tratar de diluir sin pudor deseos notoriamente mayoritarios de nuestra sociedad, sin importar a cambio de qué o a costa de qué. El Estado español sigue funcionando a golpe de obcecación, de obsesiones; en absoluto en términos de buscar y propiciar una fase democrática que desemboque en un proceso real de resolución. Y por ello afinan en su embrutecimiento la farsa, porque saben perfectamente que la izquierda abertzale está implicada precisamente en trabajar para que ese nuevo ciclo se instaure más pronto que tarde, tal y como han reiterado públicamente desde hace meses y meses los detenidos ayer por la Policía española.

La dicotomía es clara, y la decisión del Gobierno español de detener ayer a Arnaldo Otegi, Rufi Etxeberria, Rafa Díez y al resto de militantes independentistas lo plasma con más claridad que nunca: el Estado español no quiere que Euskal Herria avance hacia un proceso democrático que aborde las causas del conflicto y dé voz y decisión a la sociedad vasca sobre su futuro. De ahí que encarcele a quienes trabajan por ello. Luego, es obvio, vestirán la farsa al uso, como acostumbran.

¿Qué actitud adoptarán ahora quienes en Euskal Herria aceptan e incluso alimentan la farsa?

Aludamos de nuevo a la figura de los observadores europeos -reales, en cualquier caso- para constatar que son muchos quienes infieren de estas operaciones policiales que el Estado español, en realidad, no pretende sino alimentar y perpetuar el conflicto armado.

A esos mismos observadores debe constarle, incluso en estas horas, que es pública y notoria la apuesta de la izquierda abertzale por contraponer con más iniciativa política y responsabilidad la irresponsable estrategia del Gobierno español, porque eso es lo que realmente teme el Estado. Es en Euskal Herria donde puede darse la vuelta al conflicto para situarlo en el carril adecuado; es en Euskal Herria donde la sociedad y los distintos agentes, todos, deben estar a la altura de la situación.

En la cultura política española a los representantes políticos no se les pide honestidad, inteligencia o prudencia; a los políticos se les valora en términos de si son «duros» o «blandos». En Euskal Herria, debido en parte al grave conflicto que padece nuestro pueblo, a los políticos se les exige ante todo responsabilidad. Es posible que en el Gobierno español haya «duros» y «blandos», pero la operación deja claro que, en cualquier caso, quienes mandan son los irresponsables.

Fuente: http://www.gara.net/paperezkoa/20091014/161482/es/Una-farsa-dirigida-orquestada-desde-mas-absoluta-irresponsabilidad

miércoles, 7 de octubre de 2009

Los Miedos de los Medios Privados en Panamá.

"Cuidado con esos grupos que andan por allí…”, nos advierten algunos periodistas, preocupados por el futuro de la democracia, si se dan dos situaciones que les quitan el sueño: 1. Que el PRD no supere la crisis interna que lo embarga, y, 2. Que el gobierno electo este año, deje insatisfecho a los votantes.

El origen de esta inquietud esta en las probables reformas electorales, que darían paso a que los sectores populares presenten sus propuestas, a unos torneos donde todos los que compiten tienen en esencia el mismo origen y los mismos fines.

Según la doctrina liberal, democracia es hacer elecciones en las cuales siempre gane la Derecha Política, donde la libertad de expresión este monopolizada por las empresas de comunicación y, sobre todo, donde haya libertad total para los intereses del capital, por lo tanto, toda la vida social se supedita a ellos.
Este es el concepto de democracia que difunden los voceros de la burguesía, muchos de ellos periodistas empleados de empresas capitalistas de la comunicación.    Y esto de decir que los medios de comunicación son una empresa capitalista no es –aunque parezca- una apreciación panfletaria, es una categorización necesaria para no perder de vista, que la llamada objetividad periodística es cuando mucho, una especie en extinción, cuando no un mito.
Las ideas expresadas mediante la ideología liberal, no son más que la viva expresión de las ideas conservadoras que se puede sintetizar en esta frase: “cada uno ocupe su lugar en la sociedad, los ricos al poder, los trabajadores a trabajar.”    Esto es lo que está tras las preocupaciones de esos desinteresados moderadores que llaman a la unidad dentro del PRD, al gobierno a cumplir por lo menos con las promesas más populistas de su programa y en caso de que ambas fallen, claman alerta al ciudadano desde sus micrófonos y sus plumas, para que estén atentos a los que a través de medios democráticos, quieren destruir la democracia.
Claro está, para ellos democracia es sólo la libertad de hacer negocios, nada tiene que ver con la participación activa y libre de los millones de marginados que produce el sistema que los enriquece.    Participación que debe ir mucho más allá de votar y que incluye la posibilidad de elegir sus gobernantes dentro del segmento mayoritario de esa mayoría, la clase trabajadora.
Esos periodistas adalides de la democracia burguesa, ¿están dispuestos a mantener su imparcialidad durante unas elecciones en las cuales participen los trabajadores con una candidatura propia?    Evidentemente no, desde ahora están tomando partido, nerviosos y asustadizos por el sólo hecho que la Izquierda Política compita contra ellos en el espacio electoral.
Una democracia sin pueblo, con la alternancia electoral de la derecha política, tal como hemos vivido durante toda nuestra historia republicana, es el ideal retrogrado de los defensores de nuestra democracia burguesa.
Un sistema que mantenga el mismo discurso con distintas palabras, desde la centro izquierda que como aspiración más profunda, sólo desea administrar y oxigenar el Estado capitalista; hasta la derecha en todas sus tendencias, que busca profundizar el dominio de la burguesía.
La hipotética victoria de la clase popular en las elecciones, de ninguna forma significa la llegada de esa clase al poder.    Debemos luchar por una democracia con pueblo, una democracia popular y para lograr este objetivo, es necesario desde ya, emprender la lucha por la democratización de los medios de comunicación social.

La cámara en la selva.

Florencia Torres Freeman
Rebelion

Mientras Estados Unidos lanza su Cuarta Flota e instala siete nuevas bases militares en Colombia, en distintos países de América Latina se acaba de estrenar simultáneamente «FARC-EP La insurgencia del siglo XXI», largometraje documental que narra el conflicto armado desde el punto de vista de la guerrilla bolivariana.


¿En el siglo XXI la insurgencia es un souvenir del pasado? ¿Se acabaron las ideologías? ¿Los revolucionarios se han convertido en delincuentes, narcotraficantes, bandoleros, terroristas?

Los grandes monopolios de la (in)comunicación insisten con un mensaje viejo, gastado y único: la insurgencia colombiana no tiene ideología, formación cultural ni proyecto político. Su corazón mercenario palpita al ritmo frenético y alocado de la coca. El antiguo y tenebroso “oro de Moscú” ha sido reemplazado por los maletines repletos de dólares y euros, provenientes del narcotráfico. Los indígenas masacrados, las mujeres violadas, los jóvenes maltratados. En las pantallas de TV el movimiento guerrillero se ha convertido en un monstruo mucho más temible que Satán, Lucifer, Luzbel y los peores demonios medievales.

El viejo y barbudo Karl Marx comenzaba su célebre Manifiesto Comunista afirmando que “Un fantasma recorre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa ... No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de comunista”. Si se reemplaza “comunismo” por FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo), hoy el fantasma continúa deambulando por allí. ¿Qué movimiento social radicalizado de América Latina no ha sido estigmatizado y acusado de simpatizar con las FARC?

Hoy en día, la CIA, el FBI, la DEA y otros organismos “democráticos” viven repartiendo la acusación de “colaborador de las FARC” a cualquiera que intente, parezca o aspire a ser un disidente radical.

La obra Las brujas de Salem de Arthur Miller parece haber sido escrita ayer. El macartismo se pasea altanero y desafiante. Toda disidencia, en cualquier parte del mundo, huele a guerrilla bolivariana. Vivimos un control del pensamiento que haría empalidecer los vaticinios más sombríos de ls novelas 1984, Un mundo feliz y Fahrenheit 451  o las películas Brazil, Matrix y hasta la más reciente Sector 9.

Desde los grandes noticieros de TV hasta la ficción de Hollywood, pasando por las toneladas de papel manchado de tinta de los grandes emporios periodísticos, hoy todos atacan sobre un mismo blanco. Incluso los principales presidentes de América Latina deben discutir con Uribe, servil ventrílocuo local del gran amo imperial, tomando como eje el apoyo, el rechazo o la indiferencia frente a las FARC-EP. Ni UNASUR ni la OEA han escapado a estos debates.

En ese contexto global, donde la culminación de la guerra fría no ha permitido que baje un grado la temperatura de la guerra psicológica contra las rebeliones armadas contemporáneas, ¿qué piensan realmente las FARC-EP? ¿Poseen un plan? ¿Tienen ideología? ¿Mantienen a sus decenas de miles de jóvenes combatientes obligados y amenazados? ¿Cómo ven el futuro de América Latina?

El largometraje FARC-EP: La insurgencia del siglo XXI intenta responder aquellas preguntas, sometiendo a discusión la propaganda barroca y macartista promovida desde EEUU. Para ello el equipo de cine «Glauber Rocha», formado por camarógrafos de diversos países de América Latina y Europa, se interna en la selva, recorre las cordilleras y las montañas, mostrando desde adentro, como nunca antes se vio, la vida cotidiana en los campamentos de las FARC-EP. El documental, que dura casi dos horas, incorpora entrevistas a los principales comandantes guerrilleros del secretariado de las FARC-EP y numerosos testimonios de combatientes de base, campesinos y jóvenes urbanos del Partido Comunista Clandestino de Colombia (PCCC), incluyendo secuencias sobre el papel fundamental de las mujeres en la lucha guerrillera, los indígenas y pueblos originarios, el problema del narcotráfico, el paramilitarismo, los prisioneros de guerra, las nuevas bases militares norteamericanas y la violación sistemática de los derechos humanos por parte del terrorismo de Estado en la patria del líder independientista Simón Bolívar.

La estructura formal del documental constituye un inmenso collage, donde aparecen reconstruidos desde las matanzas de la empresa bananera UNITED FRUIT en 1928, el asesinato del dirigente popular Eliécer Gaytan en abril de 1948 y la fundación de las FARC-EP hasta la captura de militares norteamericanos en la selva colombiana, el caso reciente de Ingrid Betancourt y las declaraciones de los principales referentes paramilitares (aliados de Uribe) que confiesan haber recibido dinero de las bananeras para asesinar guerrilleros y masacrar población civil.

En ese mosaico que no deja nada o casi nada afuera, son retratadas por primera vez en la historia (hasta donde tenemos noticias) los cursos de formación, políticos, ideológicos y militares, de los combatientes comunes de las FARC-EP y también de sus fuerzas especiales. En medio de la selva, los ríos, los árboles inmensos y los animales aparecen bibliotecas, grupos de lectura, pizarrones y mucha, pero mucha gente joven estudiando. Quien asista a alguna proyección de este film (hasta ahora proyectado en circuitos underground, ¿se proyectará en las grandes salas?) no podrá dejar de recordar las escenas de aquellos Pasajes de la guerra revolucionaria  pulidos y retratados en otra época por la pluma exquisita de Ernesto Che Guevara, uno de los inspiradores de la ideología de las FARC-EP junto a su legendario comandante y fundador Manuel Marulanda Vélez, recientemente fallecido. Pero las escenas y entrevistas que retrata esta película no pertenecen a los añorados y nostálgicos años sesenta, tan alabados y tan bastardeados, sino... al siglo XXI.

Como en Cuba, Nicaragua y El Salvador, como en Argelia y sobre todo en Vietnam, hoy Colombia vive una guerra civil de dimensión continental. Esta película muestra lo que jamás aparece en la CNN y otras usinas del poder: el conflicto armado desde el punto de vista de la rebeldía bolivariana. No pasará desapercibida. 

FICHA TÉCNICA:
Guión y dirección / Script and Direction: Diego Rivera
Montaje / Editing: Alejo Carpentier
Cámaras / Cameras: Diego Rivera, Tina Modotti y César Vallejo
Fotografía / Cinematography: Frida Kahlo
Producción / Production: Grupo de cine «Glauber Rocha»
Postproducción / Post-production: Julius Fucik y André Gunder Frank
Música / Music: Banda de sonido de las FARC-EP / Songs of FARC-EP
Investigación Periodística / Journalistic Research: Roque Dalton
Asesoramiento historiográfico / Historical Consultant: Ruy Mauro Marini
Agradecimientos / Thanks: Frida Kahlo, Ulrike Meinhof y Vladimir Maiacovsky
112 minutos / minutes
Mini DV Cam, 2009