Ruben PASCUAL | BILBO
La imagen que se veía ayer en los principales puntos estratégicos de Puerto Príncipe, incluida la explanada del que hasta el terremoto del pasado 12 de enero era el Palacio Presidencial, resulta familiar. Como en Bagdad o Kabul, helicópteros Seahawk con tropas estadounidenses a bordo tomaron tierra en la capital haitiana. Apenas destaca una diferencia: esta vez los soldados llegan más ligeros, sin armas pesadas ni los igualmente pesados trajes de combate. Por lo menos de momento.
Las escuadras llegan, eso sí, bien equipadas con fusiles de asalto, metralletas livianas y lanzagranadas, e incluso se permiten bromear. «¡Sin municiones en la recámara! ¡Sin IBA (Individual Body Armor, blindaje corporal)! ¡Esto es diferente!», comentaba un sargento, haciendo alusión a la regla de todo soldado en zona de guerra: estar listo para abrir fuego y llevar siempre el casco y la protección.
En el devastado Haití no son recibidos con bombas, sino por un gran número de supervivientes angustiados y que se mueren por conseguir cualquier tipo de empleo.
Atraídos por el ruido de los helicópteros, un nutrido grupo de haitianos se arremolina alrededor de la zona de aterrizaje y comienza, como muestra de su total desesperación, a ofrecer sus servicios.
Oficialmente, la misión de los marines y el resto de tropas estadounidenses consiste en brindar productos de primera necesidad, como agua, víveres y material médico a los damnificados por el seísmo. Pero los problemas de Haití son muy anteriores al desastre del pasado martes.
Acogida dispar
Pese a que lo crítico de la situación fuerza a muchos a suspirar por cualquier tipo de ayuda, aunque llegue armada, no pocos haitianos se mostraron reacios al espectacular dispositivo que Washington ha desplegado en el paupérrimo país caribeño.
«¿Qué hacen éstos aquí?», exclamaba un joven mientras veía a los estadounidenses descargando material de sus helicópteros. «Necesito trabajo. Antes que todo esto, necesito un trabajo», se quejaba.
El Ejército de EEUU, que tomó posiciones estratégicas en la capital y también se desplazó a ciudades que hasta ahora han carecido de atención alguna (como Leogane, Petit Goave o Grand Goave, cercanas a la capital y situadas en el epicentro del terremoto), aseguró haber lanzado desde un avión 14.500 raciones de alimentos y 15.000 litros de agua potable en una zona cercana al aeropuerto.
Además, la Armada estadounidense también se hizo cargo de gestionar el tráfico aéreo en la capital haitiana y ha desplegado más de 10.000 soldados, relegando a las fuerzas de las Naciones Unidas a un segundo plano.
De hecho, varios aviones cargados con equipos médicos no han podido aterrizar en el aeródromo capitalino porque, de facto, la prioridad es para las aeronaves de EEUU.
«Es una ocupación. El Palacio es nuestro poder, nuestra identidad, nuestro orgullo», afirmó un hombre, preocupado por el despliegue de la Casa Blanca.
«No he visto a los estadounidenses distribuyendo agua y alimentos por la calle, pero ahora vienen al Palacio», agregaba otro en el mismo sentido.
Las quejas de los ciudadanos han sido compartidas en público por otros países, como Brasil o el Estado francés, que mostraron su malestar por la gestión de Washington, que alega la falta de coordinación, la violencia armada y que aún se debe restablecer el orden para continuar con la ayuda humanitaria.
En esa misma línea, el jefe del equipo de bomberos mexicano denunció ayer ante la cadena de televisión TeleSur el bloqueo que las fuerzas estadounidenses imponen a su trabajo a la hora de llevar a cabo las labores de rescate.
«No nos dejan trabajar»
«Hay gente que está debajo de los escombros con vida y necesitamos rescatarlas, pero no nos dejan trabajar», denunció Carlos Morales Cienfuegos, comandante del grupo de salvamento y paramédicos mexicanos.
«Hay dos grupos de rescate, uno civil y otro militar (...) ellos [los estadounidenses] te dicen `si no hay seguridad no sales'», indicó el funcionario.
A nadie sorprenden ya los continuos saqueos y robos de comercios y casas, consecuencia esperable del hambre, la muerte y la desesperación acumuladas a lo largo de una semana.
Esa agonía lleva a la gente a robar lo que puede, para luego venderlo o canjearlo por comida. La Policía local trabaja a la par de los agentes extranjeros para evitar que el caos agrave la la trágica situación.
Además, la fuga de unos 3.000 presos de la cárcel más importante del país contribuye al resurgimiento de las guerrillas, debido a que gran parte de los cautivos pertenecían a los grupos armados que defendían el regreso del derrocado mandatario Jean-Bertrand Aristide.
Pese a que el presidente Rene Preval logró reducirlas, varios analistas apuntaron que la situación actual de anarquía podría favorecer el resurgimiento de estas guerrillas.
Ante la toma de la capital haitiana por parte de las fuerzas militares estadounidenses, el presidente del Estado francés, Nicolas Sarkozy, se quejó de que el aeropuerto de Puerto Príncipe se haya convertido en «un anexo de EEUU».
A la postre, todos estos gestos demuestran el interés que existe por liderar las labores de reconstrucción del país.
En Estados Unidos saben que el resurgimiento de Haití puede suponer un negocio, ya que el destino de todas las ayudas económicas -donadas por los distintos países y las organizaciones humanitarias- irían a parar a los bolsillos de los inversores privados, como podrían ser, por ejemplo, las empresas dedicadas a la construcción.
Es por ello que tanto el Estado francés (antigua potencia colonizadora) y Brasil (que lideraba el contingente de la ONU en Haití) se hayan sentido desplazados y hayan buscado elevar sus cotas de protagonismo.
Otras ciudades olvidadas
El paso del tiempo traduce la tragedia en cifras, y la ONU dio cuenta de los daños en las ciudades situadas en el epicentro del seísmo. Leogane (134.000 habitantes), a 30 kilómetros de la capital, quedó destruida al 90%. Hay 3.000 muertos y 5.000 desaparecidos. Ningún edificio del Gobierno quedó en pie y todas las infraestructuras fueron destruidas. Jacmel (34.000 habitantes) fue arrasada al 60% y no se sabe nada de las víctimas.GARA
La ONU aprueba el envío de otros 3.500 cascos azules para evitar «disturbios»
El Consejo de Seguridad de la ONU aprobó ayer el envío de 3.500 cascos azules más a Haití con el objetivo de «proteger a los pasillos humanitarios y a los convoyes de ayuda»
Con estos refuerzos, ascenderá a 12.500 el número de efectivos militares de la Misión de Paz (sic) de la ONU (Minustah) que llegó a la isla en 2004. A ellos hay que sumar alrededor de 2.000 efectivos civiles.
Fue el propio secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, quien tras su visita a la zona pidió al Consejo un aumento de los medios humanos de la misión.
La resolución fue adoptada por unanimidad por los quince miembros del Consejo, que decidió mantener a examen la posibilidad de aprobar nuevos aumentos del contingente.
El representante permanente del Estado francés en la ONU, Gérard Araud, justificó la medida señalando que «debemos estar presentes en los puntos de distribución de la ayuda para asegurarnos de que las cosas se hacen bien».
El diplomático galo admitió que se han producido protestas y enfrentamientos, pero insistió en que «no han sido a gran escala ni en todo el país». Recordó asimismo que «disturbios de este tipo se producían ya antes del terremoto».
El jefe de operaciones del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), Riccardo Conti, aseguró ayer que la distribución de ayuda no alimentaria fue suspendida el lunes «por la tensa atmósfera» reinante en un barrio de la capital donde intervenía uno de sus equipos. «Es comprensible. Hay que tener en cuenta la dificilísima situación en la que se encuentran los que lo han perdido todo», reconoció.
El director de operaciones de la ONU, Alain Leroy, concretó que los nuevos contingentes escoltarán los convoyes humanitarios que llevan ayuda alimentaria a unos 200 puntos de distribución. Vigilarán asimismo los pasillos humanitarios tanto desde República Dominicana como desde el puerto de la capital haitiana. GARA.
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