martes, 10 de agosto de 2010

Bolivia, el “mal ejemplo”

*Hernando Calvo Ospina, Rebelión.

dibujo para la revolucion boliviana 1

Bolivia, país poco conocido en el contexto mundial. La mayoría de los europeos saben de su existencia, pero no tantos lo ubican en el mapa. Por la poca cultura que tienen, rarísimo es el estadounidense que no lo confunda con una fruta o un tipo de hamburguesa.

Bolivia. La gran prensa internacional enseñó que es sólo un pedazo de tierra llena de indios, coca y dictadores. Aunque dicen que estos últimos nacieron como respuesta a la tentativa del Che Guevara de hacer allá una revolución.

En 2005 Bolivia se convirtió en atracción internacional, y no por coca y dictadores: por los indios.

Fue durante las elecciones presidenciales. La prensa destacaba que un candidato indígena tenía posibilidades de dirigir ese país. ¡Un indio! Sí, un ser que no era como nosotros. Se mostraba el inmenso apoyo que otros indiecitos le daban. Como folclor, las imágenes tendían a mostrar las polleras y sombreros de las indiecitas. Y folclórico resultaba el casco de los mineros que en las manifestaciones también vitoreaban al líder Evo Morales.

El indiecito Evo fue la sensación de la prensa internacional ese año, particularmente en Europa. Al fin Bolivia producía otra noticia.

Claro, no todo en Evo podía ser positivo para la gran prensa, pero sí entendible. Por ejemplo, era un dirigente del movimiento de sembradores de coca. Sí, algo negativo, porque de coca a cocaína es poco lo que falta... pero ante todo era un indiecito. Eso lo disculpaba. En cada discurso Evo hablaba de acabar con el analfabetismo y la pobreza. Lo que la prensa internacional veía muy bien, aunque se notaba que prefería la utilización de la palabra “disminuir”.

Cierto escozor producía en las redacciones porque Evo estaba al frente de algo llamado Movimiento Al Socialismo. Esa palabra “socialismo”... No se entendía cómo un indiecito podía saber de eso. No debía ser algo salido de Evo. Era impensable creer que cuando Marx escribió sobre ello, los indios lo practicaban desde siglos.

Hasta que en esas salas fabricantes de noticias e imágenes "descubrieron" por donde venía la cosa. Se notó que la rasquiña las atacaba porque Evo era amigo del diablito Chávez. Y peor: admiraba al diablo Fidel. Pero bueno, antes que todo Evo era un indiecito. Todo lo demás podía entrar al costal del folclor.

Y Evo Morales ganó las elecciones. Se puede afirmar que no existió un medio de prensa en el mundo que no lo mencionara. Como casi todos retomaban lo que salía desde Estados Unidos o Madrid, la noticia estaba como fotocopia de un cuento de hadas. Hasta la llamada prensa “rosada” y de la “jet-set” hablaron del indiecito.

Su encuentro con el Rey de España causó furor, aunque más se mencionó que Evo no llevara corbata. No importaba, así son muchos indios. Muchos intelectuales y directores de Organizaciones No gubernamentales, que nunca se habían dado por enterados, quisieron saber cómo se vivía y se respiraba bajo el gobierno de un indiecito. Volaron a La Paz, y con terror tuvieron que beber mate de esa tal coca para calmar el “mal de altura”.

Pero el idilio con el indiecito presidente no duró mucho.

Evo nacionalizó el petróleo y el gas. Algo inentendible. Estaba bien que quisiera sacar de la pobreza e ignorancia a las mayorías, pero no eran razones suficientes para “quitar” esas riquezas a las transnacionales. “¡Indio tenía que ser!”, de seguro comentaron muchos en muchas partes. La gran prensa de ciertos países casi lo expresó así.

El paternalismo no dio para soportar tanto. Por arte de magia, desde ese día el indiecito Evo pasó a ser “ese indio”, el “semejante indio”, el “tal indio”. Del folclor se pasó a la denigración, y no solo a Evo. Cuando se mostraba al parlamento boliviano, se hacía notar lo ridículo que las decisiones fundamentales de un Estado fueran tomadas por indios y obreros. Y lo pésimo: tantas indias. Con razón el país estaba tomando ese camino. Porque lo “normal” es que sean los de saco y corbata quienes decidan.

Washington decidió que eso era “comunismo”, por tanto había que derrocar al indio. A falta de originalidad, se empezó la típica campaña de guerra propagandística y psicológica. La prensa internacional, manejada desde Washington, con repetidora en Madrid, empezó a insistir en que ya no había libertades. De ningún tipo. Que se violaban los derechos humanos y se reprimía a la oposición. Que Bolivia se convertía en el centro del tráfico de cocaína, y en escondite de “terroristas”.

El colmo para Washington fue que Evo seguía con vida y ganando elecciones. No sirvieron todos los millones entregados a la oposición, a sus medios de información y varias ONG. Se prepararon golpes de Estado, y hasta atentados contra su vida. Nada de nada: el indio ni se movía.

Como casi nunca le había sucedido a Washington en su “patio trasero”, Evo le respondió. El insolente expulsó al embajador estadounidense, a la DEA, a la CIA, y amenazó con sacar del país a las organizaciones de “desarrollo” que pretendieran desestabilizar su gobierno. ¡Horror de horrores!

Así se “descubrió” que el vicepresidente, Álvaro García Linera, no era indio, pero tampoco santo. Quizás peor que Evo. Era un mestizo con muchos pecados: ex guerrillero, ex preso político, con gran formación política, un intelectual de calle... Entonces se trató de meter cizaña para dividir. Esa prensa sugirió que Evo era manipulado por su segundo. En este caso sí se volvieron a recordar que Evo era un indiecito.

De muy poco ha servido el complot internacional y nacional. El proceso ahí va. Con las dificultades propias de todo proceso creativo y atacado. Mientras por aquí, afuera, levanta y levanta simpatías y respeto.

Últimamente la prensa internacional ha preferido ser indiferente. A veces publica una nota, claro, cuando Evo hace algo que no le gusta.

Ese comportamiento de esta prensa significa que Bolivia ya no es la misma. Bolivia, ese país que queda por “allá”, es un “mal ejemplo” en el continente. Y si Washington y sus aliados le tienen miedo a algo, es a gobiernos “mal ejemplo”. Si en tan poco tiempo, con tan pocos recursos y con tantas confabulaciones se ha logrado tanto, ¿por qué otros pueblos vecinos no podrían?

* Periodista y escritor colombiano residente en Francia. Colaborador de Le Monde Diplomatique.

sábado, 7 de agosto de 2010

El descubrimiento

Los primeros seres humanos llegaron a nuestro continente hace catorce milbalboa años aproximadamente, según los estudios más conservadores, aunque es probable que hayan llegado mucho antes.

A partir de esos primeros pobladores se desarrollaron grandiosas civilizaciones, como los aztecas, olmecas y mayas en Norte y Centroamérica; o los incas y mapuches en el sur.

Todos estos pueblos que desarrollaron y sistematizaron conocimientos avanzados en diversas ramas de la ciencia, conocían la tierra que habitaban. Si, la conocían, aunque parezca algo obvio, es necesario afirmarlo pues hace dieciocho años se celebró con toda pompa, el “descubrimiento” del continente por parte de los conquistadores europeos.

Se celebró el exterminio de poblaciones enteras, un genocidio no reconocido por la historia oficial, en el cual decenas de millones de seres humanos, descendientes de los primeros pobladores del continente, fueron asesinados por el hambre de oro y plata que impulsaba a los imperios europeos.

Esa historia escrita por los vencedores, empapada de sangre indígena, desconoce la categoría de seres humanos a los primeros pobladores del continente, desconoce el nivel de civilizaciones a aquellos pueblos, pues marca, por ejemplo, que el descubrimiento del denominado Mar del Sur se da con la llegada de los expedicionarios de Vasco Núñez de Balboa a sus costas en setiembre de 1513.

Aquellos ojos humanos que miraron esas aguas durante miles de años, ¿eran menos humanos? Al iniciarse la destrucción de las poblaciones aborígenes y la imposición de las verdades de la cristiandad como instrumento de dominación ideológica, se debatió durante muchos años si los pueblos originarios del continente tenían alma o no. Este debate no era una cuestión puramente teológica, pues al concluir que no tenían alma, también se desprendía que los mismos no eran humanos, sino objetos, como fueron considerados los africanos secuestrados de sus tierras para servir como esclavos.

El racismo es siempre la negación del otro y en algunos tristes casos la negación de sí mismos, como es el caso de los mestizos que discriminan, sin saberlo, sus propios orígenes. Esa negación lleva a la deshumanización, a la cosificación humana, que en última instancia lo que busca es justificar la explotación humana, busca dar razones a la marginación y la pobreza de un sector social o étnico, razones que dejen libre de culpa al sistema social, político y económico que realmente sustenta tantas injusticias.

Quedan pinceladas de estas concepciones retrogradas en el actual pensamiento dominante, las cuales podemos encontrar en el sistema educativo o en la forma como reprimieron brutalmente al valiente pueblo bocatoreño, con el cual se tuvo especial saña debido al grupo étnico mayoritario de los manifestantes o en el reciente anuncio de la celebración oficial por parte del gobierno nacional del descubrimiento del Océano Pacífico, como si aquellos ojos que guiaron a Balboa y que conocían ese mar desde mucho antes, no fuesen realmente humanos.

-LCR

Publicado en “Kaos en la Red” el 28 de julio de 2010 y en “La Estrella de Panamá el 3 de agosto de 2010.