martes, 13 de noviembre de 2007

Octubre


Cuando hay libertad y democracia cualquiera puede ser millonario, pero el mundo se divide, ya se ha dicho, en dos: tú (gilipollas) y yo (el espabilado)

Jon Odriozola -Periodista-
Publicado en Gara, 13 de noviembre de 2007

El 7 de noviembre (25 de octubre según el calendario occidental) se han cumplido 90 años de la nefasta Revolución rusa que, gracias a Dios y a la Virgen de Lourdes, pasó a mejor vida para permitir que algunos vivan como dios. Y todo por mor del advenimiento milagroso de la Democracia (ora pro nobis) a ese suelo eslavo tiranizado por la dictadura comunista que, al menor descuido, te robaba la cartera. Yo, Yon Odriozolovich, natural de Lutxanasburgo (antes Lutxanagrado), recién descubrí los textos de Ortega y Gasset y comprobé lo que siempre, quizá oscuramente, supe y sospeché, esto es: hay listos y tontos. Los primeros son (somos) la minoría y los segundos, es ley natural, unos pringaos. Hay minoría dirigente y mayoría obediente. Ortega no era un demócrata (más bien era un tipo aristocratizante), pero yo, por el bien de mi pueblo, sí lo soy. Desde que se vota en Rusia libremente, me hice millonario. Casi sin querer, oye, el talento quizá. Pero antes, con el totalitarismo soviético, imposible. No había ni quinielas ni lotería primitiva, que es la única forma que tenemos los pobres de salir de la miseria como pasa en los civilizados países occidentales. Porque ni ahorrar podemos los putos esclavos, digo los asalariados y, encima, contentos si el trabajo es fijo. Ya lo decía el impredecible Chumy Chúmez en un chiste gráfico en el que se veía una multitud con una pancarta que rezaba: «¡tenemos sed de justicia!». Y respondía la patronal: «Joer, qué gente, sólo piensan en beber!».

Tras la caída del absolutista régimen soviético, un centenar de empresarios, según la revista «Forbes» (que calibra quién es más ladrón), acumularon fortunas de hasta 136.000 millones de dólares, el equivalente al 32% del PIB. Como diría uno de Bilbao; «bah, eso no es dinero». Controlan el 50% de la economía y las 23 mayores empresas, que generan el 57% de la producción industrial. Y ello gracias a las privatizaciones de San Boris Yeltsin (que Dios guarde, y también al «croupier» Gorbachov), en los años 90. Somos ricos, pero no insolidarios. Damos trabajo. Por ejemplo, compramos Mercedes y Audis y jugamos a la ruleta para que no falte faena en los talleres y casinos. También miramos por el ocio de la clase obrera y compramos clubes de fútbol com el Chelsea de Abramovich o El Spartak de Moscú de Andrei Chervichenco (un patriota), que también quiere comprar el Leeds United. Cuando yo, Yon Odriozolovich, estuve en Londres, años ha, para saber a qué coño sabía el ginger-ale (prohibido en Rusia por ser una bebida «burguesa»), no había más que jeques árabes en Edgware Road (cerca de Marble Arch). Ahora los multimillonarios rusos los reemplazamos y brindamos en el Claridge y cenamos sushi en el Hyde Park. Y luego, sentimentales que somos, los domingos tomamos el vuelo nocturno de British Airways a Moscow (en inglés).

Nosostros no somos mafiosos: somos empresarios, gente de negocios, con ideas avanzadas. Jugamos al póquer y vamos a la Riviera francesa. Nuestros hijos van a estudiar a Eton o Millifield. La gente debe entender esto: cuando hay libertad y democracia, igualdad de oportunidades, cualquiera puede ser millonario, pero el mundo se divide, ya se ha dicho, en dos: tú (gilipollas) y yo (el espabilado). Ya lo dijo la sabia bruja Avería: ¡Viva el Mal, viva el Capital! Por eso, permitan esta licencia, con Stalin no había millonarios: porque no había «libertad» (para robar) ni democracia (para mentir).

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