Es difícil no tener la opción, de ni siquiera tener la debilidad de presentarnos humanos, y eso que luchamos por humanizar la sociedad en que vivimos.
Porque es muy humano, un día abrir los ojos y querer mandarlo todo a la mierda, porque es humano sentirse diminuto ante la tarea titánica de cambiar el mundo, prácticamente sólo, porque ni entre los propios camaradas nos entendemos.
Pero después de lavarnos la cara, toca respirar profundo, llenarse de fuerza y recordarnos que desde que optamos por la primera línea de fuego, abandonar el puesto es deserción y traición, y eso no nos lo permitiremos, así nos cueste la salud de mente y cuerpo.
Más que los dolores físicos, esta la indiferencia rampante, ver como los que nos rodean, cada vez son menos prójimo, son cada vez más ellos mismos, tributo a la apatía, a la ignorancia y con cada paso son una soledad más inapelable.
En fin, ese es el día a día al que debemos enfrentarnos, desde que nos dimos cuenta y decidimos hacer algo más que sólo pastar mansamente.
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