viernes, 3 de abril de 2009

El flagelo de la tesis.

Por: Ramón Rocha Monroy*

No he conocido flagelo más artificial e inútil que hacer una tesis de licenciatura, con el agravante de que te exijan un aporte original cuando apenas has estrenado el dígito 2 de tu vida. Los requisitos formales absorben la mayor parte del tiempo de un tesista, que debe contestar un conjunto de fórmulas vacías entresacadas de manuales sobados y estériles, a tal punto que los editores piratas se han cansado de reeditarlos. Luego de esas fórmulas, ¿qué fórmula científica o descubrimiento académico vas a poder revelar al mundo? Conste que no es un flagelo criticado solamente en nuestro país, sino en varios otros que tienen grandes instituciones académicas, como es el caso de México.

Lo malo es que toda esa exigencia formal está destinada a un universo de lectores que no pasa de cinco o de ocho jurados que someterán al postulante a una o varias sesiones de tortura mental para que confiese sus debilidades teóricas y metodológicas mediante preguntas capciosas y citas sacadas de contexto. Como estos cinco u ocho lectores son viejos profesores, defenderán su estatus de tales evitando mostrar el menor asombro por los aportes del tesista y abundando, más bien, en ironías y rabietas por sus atrevimientos de forma y fondo.

La tesis puede ser aprobada incluso cum laudem, pero ¿hay alguna probabilidad de que sea leída por los papás, la enamorada, los hermanos, los cuates o los enemigos del tesista? Casi todos ellos se alegrarán de ver el título enmarcado, pero ¿acaso honrarán los desvelos y sacrificios del tesista que se ha embarcado durante más de un año en resolver las trampas y reticencias del tutor o de los lectores designados como tribunales?

¿Cuál es la composición de ese año y más de desvelos? ¿Se aislará el tesista en una finca o una isla para leer y escribir todo lo que las musas le dicten? ¡No! Porque gastará la mayor parte de su tiempo en papeleos y trámites, en presentar certificados de notas, en visitar una y otra vez al tutor y recibir postergaciones para entregar sus informes, en pagos por imprenta, fotocopias, empastes y otros derechos académicos, además de asegurarse que ninguno de los delegados al examen se falte. Incluso puede ocurrir que los delegados del tribunal recomienden la publicación de la tesis, o que algún editor particular quiera divulgarla.

Pero entonces viene una segunda jornada de desvelos para convertir en texto sencillo ese penoso rosario de notas, citas, abreviaturas y palabras especializadas, precedido por una larga introducción metodológica, que suele ser la parte absolutamente prescindible del conjunto. El editor dirá, en un arranque de sinceridad: “Seguramente es muy buena la tesis, pero no se te entiende una chingada. ¿Para qué tantas citas, notas y abreviaturas? ¿No puedes reescribirla en buena prosa?”. El comentario del editor revelará dos arcanos: el primero, que una tesis está reñida con la buena literatura, pues por naturaleza debe estar destinada a joder al lector y matarlo de aburrimiento; el segundo, que una vez eliminadas las notas al pie, y sobre todo la introducción metodológica, ¡casi, casi no queda nada!

*Escritor y columnista
ramonrochamonroy@gmail.com

PUBLICADO EN LA PRENSA-BOLIVIA

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